Berlín, fresca y verde

Berlín, fresca y verde

Berlín, fresca y verde

A Berlín le sienta maravillosamente la llegada de la primavera. Es fresca, de un verde intenso, y viene siempre preñada de vida, con la promesa de nuevas y mejores experiencias. Es quizá el momento ideal para hacer una escapada a una ciudad que jamás defrauda.Lo más importante de Berlín es su alma. Tantas guerras y bombardeos han enseñado a los berlineses a vivir como si no hubiera mañana, a disfrutar de la vida en cada instante, tal como lo hacen los mineros del carbón, que cada vez que logran salir vivos del tajo lo celebraban sin bridas y sin estribos. Las penalidades y avatares de esta ciudad han generado muchas emociones que han encontrado expresión en la creatividad, en las mil maneras de cristalizar los sentimientos que propicia una vida al límite. El resultado es asombroso: una ciudad única, con un espíritu increíble, que fascina a cuantos la visitan.
Una excelente opción para alojarse es el Meliá Berlín, en Fredrichstrasse, junto al río y frente a la estación. No hay hotel mejor situado en toda la ciudad. Está cerca de todo, magníficamente comunicado y constituye un punto ideal de partida para todo tipo de excursiones y visitas. Desde allí, se puede caminar por la orilla del río hasta el Spreebogen, una elegante curva en forma de herradura del Spree, que enmarca todas las dependencias gubernamentales y, muy particularmente, el viejo Reichstag, que aglutina magistralmente lo viejo y lo nuevo en un extraordinario proyecto arquitectónico firmado por Foster.La nueva arquitectura de Berlín evidencia una desesperada búsqueda de la luz. El Bundestag no es una excepción. Cemento y cristal son los elementos predominantes del nuevo Parlamento, cuyas estructuras buscan tanto la luminosidad de los espacios como la transparencia de lo que ocurre en el interior. Lo más destacado del complejo es la cúpula de cristal que envuelve el antiguo Reichstag (idea original del proyecto de Calatrava, que Foster se vio obligado a incorporar a última hora tras haber ganado el concurso con un proyecto que no la contemplaba). Hay que subir en ascensor hasta lo más alto para disfrutar desde allí de una magnífica panorámica de toda la ciudad, así como de los asombrosos detalles interiores de la cúpula. Mi consejo es madrugar un poco para no verse obligado a perder tiempo en las colas que se forman más tarde.Muy cerca está la Puerta de Brandenburgo, símbolo de la Alemania reunificada y la única que queda en pie de las dieciocho que un día daban acceso a la ciudad. La escultura de la famosa cuadriga pilotada por la diosa alada de la Victoria preside la Pariser Platz, hoy rodeada de embajadas y Bancos como ya lo estuviera en el siglo XIX, cuando era considerada la «sala de visitas» del Emperador.Desde allí, arranca el espléndido bulevar Unter den Linden, una de las arterias más elegantes del mundo, un kilómetro y medio jalonado de museos, bibliotecas, embajadas, iglesias y tiendas del máximo nivel que se recorre con agrado y admiración. El más bien modesto Deutsche Guggenheim, a mitad de calle, exhibe obras de artistas contemporáneos como Chillida o Baselitz. Un poco más al sur, se halla el Gendarmenmarkt, un antiguo mercado que se ha convertido en la plaza más atractiva del moderno Berlín, flanqueada por dos iglesias gemelas, la Deutscher Dome y la Französischer Dom, construida por los hugonotes que huyeron de Francia en el siglo XVII. Entre medias, el soberbio Konzerthaus de Schinkel y, en los alrededores, numerosos hoteles de lujo y sofisticados restaurantes de última moda. A un paso queda el Friedrichstadtpassagem, un triple complejo comercial espléndidamente diseñado. Cada complejo se denomina «barrio». Uno de los barrios lo constituyen las Galerías Lafayette; el llamado Barrio 206 es una sinfonía de cristal y mármol inspirada en el Art Decó, mientras el Barrio 205 está abarrotado de restaurantes de comida rápida de alta gama.A un breve paseo de apenas diez minutos desde el Meliá Berlín se halla la pequeña isla que albergó el primer asentamiento de la ciudad en el siglo XIII. La mitad está ocupada ahora por Museumsinsel, un complejo de cuatro museos antiguos y uno moderno que, en conjunto, han sido declarados Patrimonio de la Humanidad. Si no hay tiempo más que para visitar uno solo, sin duda ha de ser el Pergamon, una fabulosa colección de obras de arte y arquitectura procedente de las mayores civilizaciones que ha conocido la humanidad: Grecia, Babilonia, Roma, Oriente Medio y el mundo musulmán. El nombre de este museo sin parangón viene dado por su pieza más extraordinaria, el Pergamon, un impresionante altar helenístico del año 165 AC. Lo normal es dedicar la mayor parte del día a darse un festín de arte, visitando también el Altes Museum o el Museo Egipcio que alberga temporalmente el famoso busto de Nefertiti, hasta que finalicen las obras del Neues Museum.Por la noche vale la pena acercarse a Postdamer Platz, el símbolo por excelencia del Nuevo Berlín. A principios de siglo, no era más que un animado cruce de calles donde, en 1924, se instaló el primer semáforo de Europa, operado a mano. En los años noventa, tras la caída del muro, se encargó el rediseño de la plaza a un puñado de arquitectos de primer nivel internacional (Renzo Piano, Moneo, etc.) que tuvieron que lidiar con las estrictas normas urbanísticas que protegían los edificios existentes. El resultado es una peculiar interpretación de la arquitectura que llama la atención por su originalidad, tecnología de vanguardia y sorprendentes soluciones que llevaron en algún caso a trocear un edificio para trasladarlo tal cual unos metros más allá. Está dividido en tres sectores, Daimler City, Besheim Center y Sony Center, el más bullicioso de los tres, por el gran número de cines, teatros, bares y restaurantes que alberga bajo su inmensa cubierta radial. Es un buen lugar para terminar animadamente la jornada.El último día puede dedicarse a recorrer la ciudad, particularmente el antiguo Berlín Este, en un Trabi, el seiscientos de la República Democrática Alemana, un coche diminuto y feo que hacía furor en la época. Las compañías que organizan estos tours suelen ceder el volante al turista para que tenga una experiencia "auténtica", mientras le guían desde el asiento del copiloto. El recorrido incluye el antiguo Checkpoint Charlie, el trazado del muro, incluyendo el trozo que se dejó en memoria de las 191 víctimas que cayeron intentando escapar, y el bunker en que se suicidó Hitler, aunque éste último está sellado y sólo se visita su emplazamiento, ilustrado, eso sí, con planos detallados. También hay un museo dedicado a la vida en la antigua DDR, pero no vale la pena. Se parece demasiado a la de la España de la posguerra.

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