Padrísimo Acapulco

Padrísimo Acapulco

Padrísimo Acapulco

No tome los taxis amarillos, son colectivos. Son mejores los azules y blancos, aunque hay algunos chuecos (piratas). Pero tendrá que negociar lo que le va a costar antes de subirse. En Acapulco ninguno lleva taxímetro.La recomendación que me hicieron en el hotel era buena, pero ningún taxista oficial quiso hacerse cargo de mi durante toda la noche. O si quiso, el precio era desorbitado. Sólo cuando me topé con Roberto, a quien todos llaman «El Chapulín» por su destartalado carro colorado, llegué a un acuerdo razonable. Se llamaba Roberto, pero yo siempre le llamé Pancho. Vulgar que es uno. Además a él no le importaba con tal de que le pagara lo convenido. -Déme 500 baros (pesos, unos 34 euros) y mañana Acapulco no tendrá secretos para usted.Aún no le había dado ni un peso en billetes, aunque sí le había pagado algunos caballitos (chupitos) y otros vicios ahora innombrables en la untuosa noche acapulqueña y la ciudad seguía (y afortunadamente aún sigue) teniendo muchos secretos para mí.-Lo bueno de esta chamba (empleo) de taxista no es lo que se gana, si no a quien se conoce. Y usted, gachupín (español) güerito (de pelo claro), no es un fresita (pijo) gringo. De eso me di cuenta nada más verlo.Amanece por Puerto Marqués, donde me esperaba una confortable cama king size del hotel Camino Real Diamante, un cinco estrellas que aquí denominan cuatro diamantes, es decir, gran lujo. ¡Qué derroche! Desaprovechar aquella estancia aireacondicionada cambiándola por el duro asiento de un viejo Nissan Almera abollado por todas partes.Mi viaje iniciático con Roberto había empezado nueve horas antes. Primero me llevó a un restaurancillo en el Paseo del Farallón, una palapa (entoldado) cuyo nombre no recuerdo. No se me olvida, sin embargo, la pierna de carnero en mezcal (destilado de agave parecido al tequila) y salsa de jumil (insectos con sabor a canela) que comí, tras rechazar una iguana estofada. No sé si hice bien, pero me gustó. Mientras tanto, Pancho prefirió quedarse en el coche y esperarme allí.-No tengo hambre, además, ya sabe, cada perico a su estaca y cada chango a su mecate (cada mochuelo a su olivo).
Mi amigo era un libro de mexicanismos abierto y eso me gustaba. Él se había percatado y lo exageraba. Ya entrada la noche llegamos al hotel El Mirador, un clásico de 1933.
-Si no le importa, ahora sí le acompaño.Pancho me llevó hasta una terraza del restaurante La Perla, dentro del hotel. Nos sentamos en una mesa contemplando los acantilados iluminados por la luna. No había acabado mi margarita (tequila, triple seco, zumo de limón, sal…) cuando un hombre con una antorcha empezó a escalar la vecina roca. Era uno de los famosos clavadistas que desde 1934 han hecho famosa La Quebrada en el mundo entero. Sobre todo a partir de que saliera en 1963 en la película «Fun in Acapulco» de Elvis Presley.A medio camino, el hombre del tanga se presignó ante una imagen de la Virgen de Guadalupe, «la más morena» para los que no conozcan la de Montserrat. Siguió ascendiendo hasta la cumbre, a 40 o 45 metros del agua, depende de la marea, y con la antorcha en la mano se lanzó al vacío. Tres segundos largos cayendo en picado hasta un círculo hecho con fuego en el mar. ¡Diana!-Ha sido un fuego padrísimo (muy bueno). Hay varios tipos de salto: el sencillo o parado (de pie), el avión, el doble, el picado… Este ha sido un fuego con antorcha inmejorable. Dos margaritas más. El tiempo justo para ver a otros cinco clavadistas.Fue a principios del siglo pasado cuando dos pescadores acapulqueños se desafiaron a ver quién saltaba desde más altura. A Teddy Stauffer, un músico, playboy y promotor turístico, le pareció una buena idea y la convirtió en atracción turística. Hoy el espectáculo sólo es comparable con otro similar en el legendario Rick"s Café de Negril, en Jamaica. -Mire patrón, la noche no ha hecho más que comenzar.Pancho, de nuevo, tenía razón. Y a pesar de que amanece muy temprano, la noche de Acapulco da mucho de sí. Me propuso ir a la discoteca «Palladium», y fuimos. Es el paraíso de los fresitas, donde las chavas (chicas) son bien chilas (guapas). Es un local moderno al que todavía no ha llegado el bacalao (¡Bendito sea Dios!), pero sí la última música americana y el hip hop. Para algunos exagerados es la mejor discoteca del planeta. Para otros, la más grande de Acapulco.«Baby"O», sin embargo, es más un lugar de encuentro que de baile. Desde su inauguración en 1976 es el mejor sitio de Acapulco para ver y dejarse ver. Refugio de la gente guapa, a pesar de su entrada mas bien horterilla de cartón piedra simulando una cueva galáctica. En la puerta hay que someterse a concienzudos cacheos de los porteros. -Seguro que dentro podrá encontrar quien le consiga de todo, carrujos (canutos), chiva (heroína), cualquier cosa, pero nada de fuscas (armas).Me arrepentí de no haber llevado encima un bloc de notas. Mañana, más fresco, le haría repetir a Pancho todas esas palabras tan exóticas para mí.Fue en 1920 cuando el Príncipe de Gales, que llegaría a ser el rey Eduardo VIII, descubrió Acapulco al mundo al recalar allí en una de sus frecuentes excursiones de pesca. Viejo balneario de las estrellas de Hollywood en los años 40, experimentó un importante boom turístico tras la revolución cubana de 1959. En los 60, los americanos cambiaron Varadero por los Hornos y la Caleta.«El bolero (limpiabotas) de Raquel» de Cantinflas, mostró en 1956 lo que ya era un centro internacional de vacaciones. La época dorada se prolongó hasta los 60. Famosos de todo el mundo se dejaron ver por estas costas tropicales. El primer Tarzán, Johnny Weismuller, vivió sus últimos años en el hotel Los Flamingos, que aún sigue en su acantilado, reflejando su color rosáceo sobre las aguas turquesa. En Acapulco se casó por tercera vez Elizabeth Taylor, y lo hizo con el productor Mike Todd, 24 años más joven que ella. Y Henry Kissinger pasó una de sus lunas de miel. John F. Kennedy, Brigitte Bardot, Frank Sinatra, Judy Garland, John Wayne, James Stewart, Gary Cooper, Harry Belafonte… todo el que era alguien entre los famosos se dejaba ver por allí de vez en cuando.Pero la decadencia llegó a Acapulco casi al mismo tiempo que el éxito se apoderaba de Cancún. Los 70 y los 80 fueron sus peores décadas, hasta que a finales de los 90 el entonces presidente Ernesto Zedillo se propuso devolver al balneario todo el brillo perdido. Nuevos hoteles y restaurantes, remodelación del casco antiguo, limpieza urbana. Durante cinco años las inversiones se han volcado en el viejo Acapulco hasta conseguir una nueva ciudad, que ha atraído a las nuevas estrellas. Silvester Stallone, Plácido Domingo, Julio Iglesias, Luis Miguel, Maria Carey y Ana Kurnikova son sólo el principio de una larga lista de famosos habituales en el nuevo Acapulco.Y aunque es cierto que existen las bandas de traficantes de drogas que de vez en cuando ajustan sus cuentas en plena calle, también es verdadque al viajero Acapulco le ofrece la suficiente seguridad para volver a ser la meca del turismo mexicano.Eran las cinco de la mañana y me encontraba dentro de un atrancón (atasco) de tráfico en la Costera Miguel Alemán. Menos mal que el taxímetro, inexistente, no corría. El sol ya despuntaba por Puerto Marqués y noctámbulos y madrugadores nos entremezclábamos en la calle.

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