La sociedad del miedo

La sociedad del miedo

Para Enrique González Duro, el miedo no es un sentimiento de cobardes, sino la consecuencia lógica del aislamiento y el individualismo en el que estamos instalados. En la Edad Media el ser humano era más vulnerable y estaba sometido a mayores peligros pero, sin embargo, sentía menos miedo que en la actualidad. "Ante un futuro incierto, la gente busca compulsivamente la felicidad banal e instantánea que ofrece el consumismo ?explica este psiquiatra, autor de la biografía psicológica de Franco y de Felipe González?. Comprar, comer o viajar son placeres que seducen a todos, pero no impiden el imparable aumento de dolencias y enfermedades. Nunca la sociedad ha estado tan medicalizada como ahora. La inseguridad invade todos los ámbitos de nuestra vida y tratamos de suplir con psicofármacos nuestras carencias debidas a las presiones del mundo laboral y emocional". ¿Por qué somos más miedosos que antes?Porque el ser humano ha perdido su creencia en seres superiores que le van a solucionar los problemas desde el punto de vista religioso, pero también desde la ciencia. Se ha demostrado que el progreso tiene efectos colaterales, como la bomba atómica, la crisis ecológica… El futuro no es ya un campo donde podemos realizarnos, sino un terreno de minas.No me negará que el progreso ha traído bienestar económico.En Estados Unidos los trabajadores con estudios medios tienen en su vida laboral siete empleos no ascendentes. A mayor edad, el sueldo es peor, así que optan por trabajar en su juventud al máximo. Nuestro modelo se parece cada vez más al norteamericano. Los jóvenes no confían en el Estado del bienestar y el conocimiento tecnológico es muy transitorio, porque la informática de hoy muere mañana. Por eso somos más hedonistas: si el futuro es incierto, mejor obtener el placer inmediato.¿La razón y la libertad no nos protegen contra el miedo?Nuestra libertad de decisión casi se limita al consumo: dónde nos vamos de viaje, qué ropa nos compramos… Al depositar nuestra felicidad en objetos pasajeros caemos en la adicción. Somos felices cuando compramos, pero es una satisfacción individual, que se agota al momento y que, en muchos casos, incluso se oculta a la familia porque está por encima de nuestras posibilidades. El auténtico placer está en el amor y en la solidaridad de las tareas colectivas.¿Somos más temerosas que los hombres?Al contrario. Las mujeres han pasado de ser para los demás a vivir su propia vida. Están más acostumbradas a frustrarse, en parte, porque en la conquista de su espacio y su libertad ha aprendido a superar algunos de sus miedos, mientras los hombres se quedaban paralizado.¿La soledad nos asusta?Las mujeres prefieren optar por la soledad y el divorcio antes que vivir el desamor. El cambio es que hoy tanto ellos como ellas consideran arriesgado implicarse emocionalmente en las relaciones sexuales y cada vez es más difícil encontrar amores profundos.¿Cómo afecta el miedo a nuestra forma de educar?Les transmitimos nuestros miedos. Que un adulto hable con un niño causa alarma. ¿Por qué? ¿Qué confianza básica va a desarrollar si se siente acechado? Vivimos con el mito de la inocencia del niño. Le tratamos como a un ángel que no sabe ni debe saber nada. Los niños siempre han conocido la vida, la muerte, cómo nacen los animales. Siguen tiendo curiosidad, pero ante los padres prefieren hacerse los tontos.¿Seguimos teniendo miedo a la muerte?Más que a nada, pero no contamos con ella. En esta sociedad hay dos tipos de muerte: la próxima, que se esconde en hospitales y en guetos geriátricos, y la de los telediarios. Con la muerte de la gente querida no contamos. Han desaparecido todos los rituales. El duelo se esconde y no somos capaces de "acompañar en el sentimiento" de verdad. Por otro lado, hay una exhibición absoluta y obscena de una muerte banalizada, multiplicada a través del cine y de la televisión. Las muertes de Irak nos son ajenas, "quizá se lo merezcan", pensamos, porque "son los malos". Esa muerte obscena, que se nos presenta continuamente, no despierta en nosotros el menor sentimiento de solidaridad.

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