Superar un duelo

Sin pasado, no seríamos lo que somos; sin recuerdos, no seríamos humanos. Los seres queridos que ya no están con nosotros, pero que forman parte de nuestra historia, nos hacen ver lo que perdimos, pero también lo que tenemos. Estamos hechos de vivencias compartidas. Nos formamos en relación a alguien que nos cuida, que nos habla, que nos quiere y que nos proporciona la base sobre la que se levantará nuestra subjetividad.Inés colocó el pasado 1 de noviembre flores en la tumba de su madre y leyó el poema que había hecho inscribir en la lápida: "Aunque ya nada pueda devolvernos el esplendor en la hierba y la gloria en las flores, no debemos afligirnos, porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo". Se trataba de una poesía que su madre llevó durante años en su monedero. Tras la lectura, comenzó a adecentar la tumba, mientras la tristeza se mezclaba con la alegría de haber tenido una madre como aquélla, pues era una mujer que había sabido sacar el lado positivo de la vida y que siempre la había animado a hacer lo que quería. Inés se parecía en este rasgo de carácter, se había identificado con ella. Pocos días antes del Día de los Difuntos, soñó que su madre le decía algo que no pudo entender, por lo que se despertó sobresaltada. La tarde anterior, unas amigas le propusieron una excursión a una cima conocida como "la mujer muerta", palabras que sin duda habían promovido su sueño. Inés todavía estaba elaborando el duelo por su madre, que había muerto hacía poco.Proceso de transformaciónNos quedamos desamparados cuando los padres mueren. Realizado el duelo, su recuerdo se incorpora a nuestra vida y siempre nos acompañará. Cuando hay dificultades para elaborar su pérdida, los sueños (mensajeros de deseos inconscientes) mantienen viva su imagen para que podamos seguir alimentándonos de lo que nos dieron.Durante el proceso psicológico que llevamos a cabo para asumir la muerte de un ser querido, el "yo" se identifica con la imagen de la persona fallecida. Conviene añadir que no sólo se pierde a la persona, sino también el lugar que se ocupaba para ella. El duelo es un movimiento de alejamiento forzoso y doloroso de alguien a quien hemos amado y ya no está, y cuando lo asimilamos se produce la curación de una herida interna. El duelo finaliza cuando se acaba la lucha entre un amor que no cesa por el amado perdido y una fuerza que nos aleja de él. Este proceso evoluciona y se va resolviendo poco a poco. Primero, se admite que el cuerpo ha desaparecido, por lo que no se podrá volver a acariciar. Pero el difunto continúa vivo en nuestro pensamiento. Y así permanecerá en nuestra memoria mientras no perdamos la capacidad de recordar.El trabajo normal del duelo coincide con un lento proceso de transformación. Primero, toda la energía psíquica es absorbida por las evocaciones del desaparecido, muy cargadas afectivamente, intensas y omnipresentes. La persona herida no puede pensar en nada más, ni interesarse por otra cosa, ni desear nada distinto. Luego, una pequeña parte de esa carga psíquica se libera y empieza a flotar energía que va en busca de algo distinto. El proceso de desplazamiento de las cargas psíquicas llevará su tiempo; pero llega un momento en el que las ganas de vivir renacen y así la vida triunfa sobre la muerte. No se trata olvidar, sino de admitir. La imagen del ser perdido no debe borrarse, debe permanecer hasta el momento en que la persona, gracias al trabajo de de duelo, logra hacer coexistir el amor por él con los amores que tiene. Por eso, recordar a nuestros muertos es la mejor manera de reconocer quiénes somos, qué nos han aportado, qué nos ha servido y qué hemos cambiado.

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