Lago di Garda

Lago di Garda

Abordo del barquito que costea el inmenso lago de Garda, en el camino de los Alpes, se acumulan las impresiones, fugaces, nada profundas, que le vamos a hacer. Comprendes por qué se llama «agua» cierto tono de verde o descubres cómo influye este microclima mediterráneo en un paisaje norteño que suma vegetación contradictoria. Alguien salmodia nombres conectados con este pueblo, esa formidable villa o aquel islote, y si no prestas atención ?y no la prestas? se dan la mano los vivos y los muertos, atrapados entre olivos y cipreses.Catulo, Cavazza Borghese, Visconti, Alighieri, San Francisco de Asís, Goethe, D"Annunzio… ¿la Callas? ?«anche» la Callas, sí, en aquella casa esbelta y amarilla, que se compró, antes de Onassis, para estar cerca de la Arena?? Las poderosas ruinas de unas termas emergen grises en un extremo de Sermione. Un día propiedad del poeta latino Catulo, no están del todo muertas: amparan, a displicente distancia, la vida que sigue fluyendo a la vera de los manantiales sulfurosos en forma de modernos «spas».Mientras te cruzas con otra nave más grande, la «Solferino», avistas Saló con sus festivales de música y la euforia deportiva que marcan la existencia de la localidad, tan elegante, tan poco passoliniana en apariencia. Ahí están Garda, que le da o le roba el nombre al lago, y Bardolino, entre viñas, interminables campos de melocotoneros, hoteles y educadas familias con niños, que enredan lo justo para alegrar el paisaje sin que nadie se encomiende a Herodes?.El lago tiene vida propia. Y, últimamente, también ideas sobre su futuro. Las autoridades del lago, una línea aérea de coste bajo ?Air Italy? y los ayuntamientos de cinco ciudades vénetas han decidido que hay que sacarle nuevos brillos a los blasones locales con ofertas para atraer a nuevos clientes. Sorprende la idea: por donde mires, las callejuelas, los monumentos, las cuidadas tiendas, las terrazas de los cafés y de los restaurantes… no parece que falten visitantes.«Sí, pero hay que abrirse un poco». Les pesa, dicen sin decirlo, tanto acento alemán, aunque también hay muchos ingleses y norteamericanos, todos herederos de aquel Gran Tour de la «gente bien» de otros tiempos. «Pero, ¿cuál es la idea?». «Cambiar el punto de vista. Mirar la bota de Italia desde otra perspectiva. Estamos entre Milán y Venecia, dos destinos clásicos, especialmente Venecia. Tenemos Venecia a hora y cuarto, lo justo para ir y volver en el día. ¿Por qué no aprovechar los alrededores del Garda como punto de partida?».No son los celos los que hablan. Además del lago y de sus enclaves (veintiocho al borde del agua), el viajero tiene cinco ciudades prodigiosas que plantan cara a la Serenísima, eso sí, con el máximo respeto. Son Verona, Vicenza, Brescia, Mantua y Trento, en un arco de 150 kilómetros y con un par de aeropuertos a media hora de cualquiera de ellas. Como todo en Italia, dan para un fin de semana, una semana o la vida entera. Presumen, con razón, de oferta para todos y durante todo el año: historia, arte, enograstronomía, deporte y naturaleza, dos elementos desdibujados bajo el peso de la cultura, pero que en esta zona son importantes en invierno y en verano.Brescia, a la altura de Milán, tiene muchas «piedras», pero abundan los bosques, los parques naturales y la alta montaña, para nieve, senderismo, «mountain bike», «trekking»… Brescia, con el fondo de los Dolomitas, está entre el rugido de las «Mille Miglia» y el pacífico ojeo de pájaros. Vicenza apura la preparación de una exposición que conmemorará en el año 2008 los 500 años del insigne arquitecto Palladio, con materiales que vendrán de todo el mundo: dibujos y textos del propio autor, además de documentos de Miguel Ángel, Rafael, Bramante? y así, hasta Le Corbusier, complementados con obra plástica de contemporáneos.Mantua, también naturaleza y arte, recuerda a los Gonzaga, pero sin olvidarse de dar de comer al hambriento. Y mucho. Trento es una sorpresa. Es más que el apellido de un concilio. Ya debía de ser vieja en el neolítico, del que hay buenos testimonios, pero no ha parado de acumular memoria desde entonces.Y Verona, bueno, Verona es una ciudad risueña, aunque la dentadura característica de sus castillos y murallones dan fe de quiénes eran güelfos y quiénes gibelinos. Por eso los Montescos y los Capuletos. Y por eso la casa de Julieta ?sí, la Julieta enamorada de Romeo, la shakespeareana pareja? es real, aunque hubo que improvisar un balcón, falso de toda falsedad, el más fotografiado de la historia, para contentar a los viajeros. Verona es también la familia Scala, pero esa es otra historia…Cada año, la ciudad de Verona abre, agradecida, su hermoso teatro romano a Shakespeare y su Arena, su circo, a la ópera. Todo el verano la música amansa a las fieras que un día rugieron en este recinto. Hoy se darían un festín con quienes ocupan, al caer la tarde, las butacas temporales en el coso. Por si vuelven, es mejor sentarse en las gradas.¿Los compositores? Mandan los italianos, faltaría más. El repertorio, popular, pero cuidado con mimo. «Aída» es, dicen, el montaje más espectacular, desde que inauguró las temporadas en 1913. Este año terminarán con una Traviata que llenará de figurantes y coro de lujo un espacio equivalente a cuatro mil asientos, dedicado al escenario. No se oye ni un ruido, a pesar de los noctámbulos que toman copas y helados fuera, en la plaza; las voces son buenas y la orquesta se luce, pero, a ratos, el hilo se pierde: no es la acústica, ni el cansancio de un día sin parar, ni la pobre Mimí. Es el mal de la piedra, el vértigo repentino ante los arcos desmochados del viejo coliseo.

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