San Francisco, mil y un posibilidades

San Francisco, mil y un posibilidades

El despertador matutino de la ciudad suele ser el lánguido aullido de las sirenas, anunciando el paso de sus barcos entre la niebla al atravesar el puente del Golden Gate: la «Puerta Dorada» por la que hace apenas dos siglos llegaban navíos con un pasaje variopinto en busca de sus sueños y de un lugar en donde hacerlos realidad. De Asia, de Europa, de otras zonas de América… Muchos cruzaron el emblemático canal, especialmente allá por el 1849 cuando la «Fiebre del oro» atrajo a todo tipo de gente allende los mares.Hoy, San Francisco es el resultado de la mezcolanza que la vio crecer, y dentro de su arquitectura se codean las casas victorianas o eduardianas de influencia inglesa, con las misiones, iglesias, y barrios de corte español, con un «Chinatown» muy considerable, y con una moderna «City» testigo de los tiempos que corren. Al igual que sus habitantes, «yuppies» y «hippies», artistas y comerciantes, los chicos de Silicon Valley y los predicadores callejeros que conviven en desenfadada armonía.Un punto clave desde donde espiar al «Golden Gate», asomando orgulloso entre la niebla, es el parque de Presidio. Allí sopla un viento constante, un tópico tan típico de San Francisco, como los tranvías, como la niebla, como las casas victorianas?Parada obligatoria en el «Cliff House» al comienzo de la kilométrica playa de Ocean Beach, en donde se degustan unas deliciosas ensaladas «Louis» de cangrejo o de gambas, y se observa una curiosa colección fotográfica de actores, que han sucumbido a los encantos del Cliff House, bien por la belleza de su enclave, bien por sus ensaladas, quizás por ambas.Los «surferos» apasionados se pelean con las olas del Ocean Beach, mientras que los más tranquilos vuelan sus cometas. Enfrente, en el parque del Golden Gate que rellena la ciudad de verdor, unos bailan rock en un magnifico anfiteatro, otros navegan los bucólicos estanques, o dan de comer a las ardillas, o visitan la Academia de las Ciencias de California y La Casa de Té Japonés. Hay actividades para todos los gustos… Bordeando el parque, desde la calle Fulton se adivina el Capitolio, blanco y reluciente y cogiendo el trolebús en la misma Fulton, se pasa por la plaza del Álamo, representativa de la época victoriana con sus casas de tejados picudos, y de la eduardiana con los tejados planos, lo poco que quedó en pie tras el terremoto de 1906.Y llegando a la «City» aparecen los rascacielos, liderados por la famosa «Pirámide de la Transamérica», y se escucha el bullicio callejero. Tiendas, cafés, restaurantes, grandes almacenes; Macy"s para todos los bolsillos, y Nieman Marcus para los más llenos. Festivales de distintos temas; el más famoso el de jazz de la calle Filomore. Cabalgatas de todo tipo, la más conocida la «gay». Jugadores de ajedrez que no levantan la cabeza del tablero allá vuelva a temblar la tierra, profetas del fin del mundo, predicadores?Los entrañables tranvíasY por fin se llega a Market St., arteria de la metrópolis, en donde esperan, entrañables decadentes, los tranvías que siguen fieles a su recorrido y trepan por las empinadas calles de San Francisco, pasando por Lombard St. serpenteada de hortensias. Tras mostrar unas vistas espectaculares, depositan a sus boquiabiertos pasajeros al lado del Café Buena Vista, ideal para tomarse una gigantesca «cañita» americana. Un vistazo al «Cannary», antes central de «Del Monte», ahora centro de artesanía, y derechos hacia el «Pier 39». Los puestecillos de cangrejos, pan amargo y sopa de almejas del camino obligan a una parada, antes de adentrarse en el «Pier 39», lleno de tiendas de todo un poco. Y puntito curioso… los leones marinos bajo los cimientos de madera que han hecho del «Pier» su hogar y las delicias de los turistas. Alcatraz se vislumbra entre la bruma, aún siniestra y misteriosa, a pesar de ser hoy en día una atracción turística más, para los que necesiten un poco de morbo peliculero.En ruta de nuevo. Lo que se llama «Embarcadero» fue en el XIX el lugar donde atracaban los barcos. Prolongación del «Fisherman Wharf», «Embarcadero» es zona con una buena panorámica de la «City» en el que se encuentra el «Rewood Park» con conciertos gratis, y la serie de «Piers», antes almacenes para las mercancías, hoy restaurantes y tiendas de moda.Bosque y marA San Francisco no le falta de nada. Tiene hasta sus bosques de sequoias. Altas y poderosas sequoias que parecen no tener fin. En el parque de «Muir Woods» se pueden hacer unas buenas caminatas; fáciles, menos fáciles, rodeados de los majestuosos árboles, helechos múltiples, lianas, y un silencio que sólo rompen los pájaros. Difícil imaginar que la ciudad está apenas a diez minutos de este vergel.A la orillita del mar, como apéndices de la ciudad, se aposentan los pueblos de Sausalito y Tiburón. Pequeños, pintorescos, con sus casas de madera en diferentes colores, con las boutiques de objetos curiosos. Ambos alardean de ser enclaves casi vacacionales, con un aire de bohemia conservadora. Si uno quiere confirmarlo basta con tomarse unas cervezas y un buen plato de marisco en «Sam», famoso restaurante de Tiburón, con vistas a Sanfo.Para dar el paseo y el día por terminado con solo un cruce de calles se entra en Asia, en una de las «Chinatown» con más solera del mundo. Rebosa energía en cada una de sus esquinas. Tiendas de accesorios de cocina, de té, de ropa, verduras desconocidas, patos lacados colgados en los escaparates. Cae la noche y la niebla envuelve las calles empinadas, y los parques y a sus gentes. Sólo el pico pétreo de la Transamérica y las torres rojas y férreas del Golden Gate sobresalen desafiantes entre el manto brumoso de la noche franciscana.

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