El amor y el dolor tras la pérdida de la persona que más he amado, que más amo. Han pasado muy pocos días, es inenarrable el dolor físico, mental pero sobre todo el emocional.
La ausencia tras la muerte debe ser de los dolores humanos menos inexplicables y más apremiantes. No hay una sola persona que reconforte, mucho menos existe un solo momento en el que no la piense.
Mi viejecita. Dios eligió ese momento para que partiera, seguro necesitaba un ángel de esas dimensiones y con esa inmensa capacidad de amar.
La necesitaba en el cielo, en ese espacio donde solo existe el amor en su máxima expresión y en total pureza.
La muerte: el amor y el dolor
No entendería ni entiendo pero además ni quiero entender la muerte sin amor pero también sin dolor. El amor y el dolor tras la pérdida del ser más amado es una analogía muy burlona de la vida.
La antesala del dolor es un amor indescriptible, una fuerza que emanó de mi ser con la intención de que mi viejecita no sufriera, ni nada le doliera ni mucho menos nada la atormentará.
Pero mi amor solo fue eso: amor. En todas sus formas y expresiones, eso sí.
Sin embargo, es inverosímil e incluso es ególatra de mi parte pensar que mi amor fue todo para ella. Fue casi todo. Fui la persona que más amó, más ama, incluso dicho con sus palabras. Pero además lo expresó de mil formas en todo momento.
La complicidad era inusitada. No era común la magia y la conexión que tuvimos. Un parpadeo, una sonrisa o mueca, el gesto de repulsión o inconformidad.
Éramos dos personas amándonos en cada instante que compartimos, no solo en el espacio físico sino en todos los años de mi vida así fue: ella y yo.
El amor y el dolor como parte de la vida de dos personas que en serio, en verdad de amaron. Pero que también padecimos dolor: yo por ella y ella por mí.
La vida después de ti
Tortuosos los días. Tormentosos, con un dolor inhóspito e insólito, pero también con una retahíla de preguntas sin respuestas. ¿Por qué ahora?
Y también una retahíla de quejas. A nadie en específico, sino al momento. A este momento donde el amor y el dolor convergen y sobresalen desde el rincón más lúgubre de mi ser cuestionándome nuevamente todo y nada.
Mi viejecita me puso tres apodos: ratoncito de cola rosada, pocas personas lo saben. Por supuesto Varito. Pero también me decía escrupulillo, que es la bola de metal dentro de un cáscabel.
Porque ella decía que era tan ruidoso y estridente como esa pequeña pelotita que aún siendo tan pequeña, pequeño en mi caso, le resultaba estridente.
¿Por qué ahora?
Amada viejecita:
Es la única pregunta que me quedó sin responder: ¿Por qué ahora? Cuando teníamos tantos planes, cuando mi plenitud tomó un brío tan sereno. Justo en este tiempo donde nos disponíamos a amarnos mucho más porque íbamos cumplir nuestros sueños.
¿Por qué ahora? Justo ahora. Repito, no es una queja. Es una duda genuina que si pudiera te preguntaría y aunque sé la respuesta «Dios y sus cosas tan perfectas». No concibo que haya sido en este momento.
Me enseñaste a orar. A sentir que solo Dios puede todo y solo de la mano de Dios y de María Santísima me iba y nos íbamos a sanar y nos sanamos.
Me ayudaste a confiar tanto en mí que hiciste que todos mis sueños fueran realidad.
Decenas de veces me tomaste de la mano para hacerme sentir el ser humano más amado pero también más valiente y más dichoso.
Me acompañaste en los pasajes más adversos, pero me enseñaste con tu magnánimo ejemplo a salir de cada una de esas adversidades y dificultades.
¡Me amaste! Como el tesoro más grande en tu vida. Fui tu persona favorita, fui y seré quien puso pausa a tus días de tormento pero quien te inspiró y tomó tu mano para cruzar los puentes donde tenías y sentiste incertidumbre.
Fuimos tú y yo: El amor y el dolor
Y fui yo quien cerró tus ojitos y los miró por último vez.
El amor y el dolor perdurarán por siempre. Sobre todo el amor, del dolor, espero que aunque sea aminore un poquito con el paso de los años. Porque ha sido el dolor más horrible que he sentido, está siendo aterrador.
Te amo: ¡Tu vida! Tu persona favorita.
Gracias, infinitamente gracias, viejecita hermosa. Te amo, ser curioso, exitoso y brillante. Te amo, mujer migrante. ¡Lo que te amamos, abuela maravillosa! Te adoramos el Clemen, la Kiki y el gay.
Te quiero, maravillosa mujer indígena orgullosa de sus raíces y de su pueblo.
Vives en mi corazón como el regalo más grande que Dios y la vida me dio. Hasta pronto, Mavi: «Fuimos y seremos por siempre: El sol y la luna».
Te extraño cada instante. Te extrañaré en cada uno de mis suspiros.