Equilibrio emocional

Equilibrio emocional

Equilibrio emocional

Creemos que dominamos nuestras vidas, lo que no es del todo cierto. Todos tenemos dentro una "caja negra" cuyos contenidos no sabemos, con frecuencia, descifrar. Estamos hablando del mundo emocional que habita en nuestro inconsciente y que a veces nos hace amar a quien nos perjudica, no nos deja defender lo que queremos, nos convierte en agresivos… En otras ocasiones, en cambio, nos hace enamorarnos de quien nos quiere bien, nos ayuda a amar a los nuestros, a entender lo que nos ocurre y a encontrar placer en el hecho de vivir.¿Cuándo podríamos considerar que hemos alcanzado un cierto equilibrio emocional? o ¿cómo podríamos conquistarlo? Quizá lo hemos logrado cuando sentimos que somos nosotros los que dirigimos nuestras vidas y que nos gusta cómo lo hacemos. Según Freud, los dos pilares fundamentales sobre los que se asienta la felicidad personal son las relaciones amorosas y el trabajo.Cuando estamos conectados con nuestros deseos y vemos cómo se cumplen nuestras expectativas, nos encontramos rodeados de la gente a la que queremos y a la que podemos acudir si la necesitamos, sabemos defendernos y cuidarnos… es que hemos alcanzado un grado de equilibrio que se traduce en autonomía y madurez. Tal situación señalaría un grado saludable de equilibrio emocional. El deseo de independencia, así como el reconocimiento de nuestras necesidades afectivas, es un signo de autonomía personal.A ello convendría añadir la capacidad de decir que no a lo que nos perjudica, lo que es tanto como reconocer nuestras debilidades. La madurez emocional implica haber alcanzado un acuerdo con nosotras mismas, lo que conlleva la capacidad de hacernos cargo de nuestra vida y de asumir las responsabilidades inherentes a nuestras ambiciones. Muy al contrario, cuando no podemos disfrutar de lo que la vida nos ofrece, nos invade un malestar que con frecuencia se traduce en una queja continua, angustia, depresión o dificultades en la relación con los otros. En tales situaciones se multiplican los fracasos amorosos y los conflictos cotidianos en los ámbitos más importantes: el familiar y el laboral.El primer paso para establecer un mejor equilibrio emocional consiste en preguntarnos cómo nos sentimos. Si estamos sometidos a síntomas y sufrimientos que no nos permiten disfrutar de la vida, tenemos que enfrentar la verdad y hacernos cargo de lo que nos ocurre, buscando la ayuda que nos proporcione los recursos precisos para cambiar. Merece la pena darse una oportunidad y esto es lo que hizo María. Ella comenzó una psicoterapia porque estaba harta de repetir fracasos amorosos. Cuando la terminó, había dejado de tener miedo: a estar sola, a amar a alguien, a ser abandonada y a no ser querida. A vivir, en definitiva. María descubrió en el tratamiento que su vida estaba determinada por una identificación con su madre. Ésta siempre se había quejado de su padre, un hombre adicto al trabajo, que pasaba muy poco tiempo con ellas y que no fue capaz de transmitirle a su hija el afecto que necesitaba para sentirse segura de su amor.María elegía parejas que la abandonaban porque era así como se había sentido por su padre, abandonada. Sin embargo, durante el tratamiento descubrió que su padre sí se preocupaba de ella. Era su modo de expresar los afectos lo que provocaba la apariencia contraria. Entonces pudo mirar a su padre de forma distinta a como lo hacía su madre, con menos crítica y más comprensión. Así, dejó de sentirse culpable por todo lo que sentía hacia su padre y también dejó de tener miedo a amar, porque había conseguido llegar a quererse a sí misma. Ahora tenía la sensación de que el mundo la pertenecía, de que había crecido por dentro, de que por fin podía atrapar la vida entre sus manos y disfrutar de lo que ésta le ofrecía. Freud descubrió que en muchas ocasiones no es la realidad externa la que causa el sufrimiento, sino la interpretación errónea que la persona hace de ella a partir de conflictos crónicos sin resolver.

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