La costa vizcaína

La costa vizcaína

La costa vizcaína

La ruta que une la bahía de Gorliz con el puerto pesquero de Armintza nos ofrece islas en forma de dragón, encinas centenarias y miradores naturales que se asoman al mar. Todo esto y mucho más en menos de dos horas. Hasta el faro, el camino asciende suavemente por una carretera asfaltada y cercada -en su inicio- por estar en un terreno protegido y ganadero. Comienza cerca de la playa de Gorliz, en los alrededores de unas dunas petrificadas de 6.000 años de antigüedad, que eran utilizadas como toboganes naturales de arena hasta que fueron declaradas de interés especial. Hay caballos pottoka y vacas pirenaicas pastando en los prados, sólo salpicados por alguna encina solitaria.A medida que se asciende, y una vez pasado el Centro de Recuperación de la Fauna Salvaje, la vista se amplía. Atrás quedan la bahía en forma de concha, la arena dorada con pequeñas motitas de bañistas, el promontorio de Barrika y los acantilados coronados de verde. En un giro del camino aparece de pronto, en un alto, el faro con su torre blanca y su linterna acristalada. A la izquierda dejamos un pequeño sendero de tierra firme que bordea los acantilados pasando por las ruinas del fortín Azkorriaga, erigido en el siglo XVIII para proteger la costa contra los ataques corsarios.El faro de Gorliz, construido en tiempos modernos (1990) sobre la base de una antigua batería de costa, conserva un búnker, un cañón y pasadizos atrincherados, lo que le convierte en un parque temático improvisado. Su mirador merece sin duda una parada. Ofrece una panorámica de la costa y muestra por primera vez la isla Billano, un islote de piedra con forma de dragón, a apenas medio kilómetro de la costa, que se irá revelando como una pieza clave del paisaje.A partir de aquí el camino abandona el asfalto, se estrecha y sube un corto trecho hasta desembocar en un paisaje de tarjeta postal: a la izquierda la isla Billano; al otro lado, la bahía, el puerto, la ría y los cascos urbanos de Gorliz y Plentzia. Todo ello enmarcado en la lejanía por algunos de los montes emblemáticos del País Vasco: Oiz, Anboto, Gorbea, Pagasarri o Ganekogorta.Míticas encinas
El camino transcurre al borde -pero sin dar vértigo- del acantilado. Se notan los casi 300 metros de altura en vertical al fondo del mar, donde baten las olas contra los pies del precipicio. La sensación física es la de estar en la borda de un gran barco, cara al viento, escuchando el constante ronroneo del agua a modo de mantra catártico. Aparecen grupos de encinas pequeñas en posturas imposibles escalando la ladera, como valientes malabaristas desafiando el abismo. No en vano se les ha considerado árboles divinos desde la antigüedad y han sido objeto de veneración. Se utilizaron en las ferrerías y en la construcción de navíos, en una época en la que estos parajes estaban cubiertos de densas formaciones de encinas, como las que se pueden ver hoy en día en el camino hacia el monte Ermua.Una vez en su cumbre, al lado de un buzón y una placa, encontramos la última de la serie de edificaciones minúsculas -15 centímetros de altura- que el artista Ibón Garagarza ha ido colocando a lo largo del camino en una suerte de escultura al aire libre. Con casi 300 metros de altitud, es el lugar más elevado de la travesía y el que marca el punto de inflexión.A partir de aquí, el camino desciende a través de bosques cerrados de eucaliptos y caminos más o menos pedregosos y a veces embarrados, hasta que entre la vegetación se vislumbra el puerto pesquero de Armintza. Ahora sólo queda disfrutar del lugar y coger el autobús que nos lleve de vuelta a la bahía de Gorliz. Una travesía redonda.

 

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