Pasión por los crímenes

Pasión por los crímenes

Pasión por los crímenes

Los sucesos son con frecuencia lo primero que se lee en los periódicos, cuyas ventas aumentan cuando son importantes. ¿Por qué los crímenes, los desastres naturales, las desapariciones y las tragedias nos apasionan al mismo tiempo que nos hacen temblar?Los sucesos tienen atractivo porque hablan de lo incontrolable, nos tocan el corazón, las tripas, el cerebro, nos sacan de la rutina. Nos ponen delante de los ojos lo más oscuro de la condición humana, las pulsiones más censuradas, que tienen que ver con el crimen, las agresiones sexuales, las venganzas o los robos, pero también sacan a la luz lo mejor de las personas: su solidaridad, su capacidad de ayuda y su generosidad.Este verano hemos asistido a las imágenes de destrucción de un terremoto en Perú o hemos visto cómo un incendio se cebaba en la vegetación de Gran Canaria. En todos los casos, los organismos nacionales o internaciones, así como la gente común, se movilizaban en seguida para ayudar a los damnificados. En sociedades donde las relaciones humanas están cada vez más diluidas, estos acontecimientos unen a la comunidad para enfrentarse al enemigo común. Como señala el psicoanalista Samuel Lepastier: "Se trata de una experiencia emocional compartida entre varios.La violencia del suceso permite que se instale un nuevo orden". De esta manera, el sentimiento de fragilidad se ve aliviado al compartirlo con los demás. Nuestra pasión por los crímenes tendría razones más inconscientes y menos confesables."Los sucesos nos apasionan ?afirma el psicoanalista Jean-Pierre Winter?porque nos vengan de las renuncias a matar, a mentir, a violar? que nos impone la vida en sociedad". Y es que en la construcción de cada ser humano hay una renuncia a ciertas pulsiones que dañan a otro: está prohibido matar, por ejemplo, hay que respetar a los demás. La cultura se levanta sobre los diques de contención que la educación emocional pone a las pulsiones destructivas que habitan en todos nosotros. Así, en el interés que lleva a conocer un suceso también se encuentra el alivio por la constatación de que nosotros hemos dominado todo aquello que el otro no ha podido. Hasta es posible llegar a pensar: "Afortunadamente, yo no soy así".Los sucesos permiten una identificación, aunque no siempre sea consciente, ya que apelan a las ideas más oscuras que cada uno lleva dentro. Desplazan las fronteras de la imaginación y hacen explotar las normas. El suceso ejerce en los adultos una función semejante a la que los niños encuentran en los cuentos de hadas, donde las brujas, los monstruos y los héroes, representan todo lo bueno y lo malo que perciben dentro de sí, por lo que con su lectura aprenden a dominar lo dañino."Nos sentimos fascinados porque unos individuos, no necesariamente alejados de nosotros, materializan de golpe nuestras más inconfesables ideas; encarnan a nuestros fantasmas más escondidos", dice el psicocanalista Martin Monestier. La pasión por los sucesos se explica también porque en la mayoría aparece un cadáver, lo que permite fantasear con la muerte en una sociedad que la niega. "Nos recuerdan el límite, frágil, que existe entre la vida y la muerte ?afirma el autor Serge Garde?. Pensamos: "Esta persona se ha muerto, habría podido ser yo, pero no lo soy". Hay algo de goce en ello, aunque no lo confesemos". Cuando un suceso saca a escena a un famoso, la estrella se transforma en meteorito que se estrella a los pies del público. Hay gente que directamente patea a "su famoso", ya que la idea de que el dinero y la fama no le pongan a salvo de todo tiene un efecto tranquilizador. Al menos, la desgracia es democrática. Actualmente, cada cual es libre de elegir y en cierta medida construirse una identidad y una vida de acuerdo a sus deseos. Para conseguirlo, se reflexiona cada vez más en uno mismo, entre otras cosas gracias al espejo que los otros nos proporcionan, tanto para aceptar como para rechazar lo que no nos gusta. Todos tenemos la necesidad de alimentarnos de las historias de los otros. Y los sucesos cumplen, incontestablemente, una función muy importante en ello.

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