Tarifa, surf y mucho más

Tarifa, surf y mucho más

Tarifa, surf y mucho más

Aunque la historia de Tarifa se remonta a miles de años atrás -ahí está la prueba del arte rupestre- y los romanos dejaron huellas suficientes, hay que reconocer que Tarifa es árabe, su castillo y su trazado. No en vano cerca de aquí desembarcaron los primeros musulmanes al mando del bereber Tariq el año 711 (Tariq dio nombre a una montaña cercana al lugar donde desembarcó: Yabal Tariq, o sea, la montaña de Tariq, es decir: Gibraltar). Un arco se abre entre las casas que configuran la muralla y, atravesando este túnel del tiempo, nos encontramos en un bonito pueblo típicamente andaluz, con sus casas encaladas, los callejones empedrados, y el añadido de la juventud surfera, con la piel morena, las ganas de pasarlo bien y las camisetas de diseño.La ciudad es completamente asequible caminando, debiendo detenernos al llegar en alguna de las terrazas para reponernos del viaje, breve pero intenso. Junto a la entrada del puerto, hay algunos bares con entrada al interior del pueblo y salida al exterior de las murallas en un parque agradable, y obligado si vamos con niños, esos seres bajitos que en los coches vomitan mucho menos que nosotros a su edad, sin duda las inversiones de Fomento están dando resultado. Una visita interesante es al mercado, seguro que nos asombrarán las piezas de pescado y podemos aprovechar para aprender algunos nombres que repetiremos a algún camarero en la hora del almuerzo.Otro concepto de playasSaliendo de Tarifa y tomando esa larguísima recta en dirección a Cádiz, dejando atrás (tranquilos, volveremos sobre nuestros pasos un poco más tarde) las playas de Valdevaqueros y Punta Paloma, tras ocho kilómetros siguiendo esa ruta nos topamos con el desvío (de nuevo a la izquierda) hacia Bolonia. Una carretera estrecha nos acerca a la costa. Bolonia es un puñado de casas, otro de vacas paciendo y boñigando libremente y una de las mejores playas del mundo. Una amplia extensión de fina arena blanca con una enorme duna que nos propondremos subir (a mitad de camino ya verán como más de la mitad se vuelve) para divisar toda la playa, la silueta de la costa africana, y el bosque de pinos, devorado poco a poco por la duna.Si no hace viento podemos echar un día de playa glorioso, remojándonos en agua limpia (qué pena que sea necesario añadir lo de limpia cuando hablamos de agua) y dejando para la tarde otra visita cultural en la misma playa: las ruinas de Baelo Claudia, los restos de una ciudad romana que se situó en un lugar inmejorable, como solían hacer estos sabios romanos, un conjunto de columnas que nos traspasan a otras épocas. Los más apremiados por la hipoteca pueden disfrutar en la orilla de un bocadillo de mortadela y una sandía que habrán dejado en remojo (ah, lejanos tiempos de la infancia), pero los que aún tengan algo suelto en el bolsillo pueden ir a alguno de los pocos chiringuitos de la playa (entre las casas hay alguno más, si no en Tarifa y alrededores hay un montón, ¿visiten la ficha con datos prácticos!) a pedir un pescado de los vistos por la mañana en el mercado. Entre ellos, uno de los más recomendables es Otero, con un atún de almabraba de diez y unas croquetas de choco superiores.El surf y alrededoresPara los amantes de los deportes acuáticos, bueno, de ciertos deportes acuáticos (waterpolo por ejemplo mejor no), especialmente del surf, sin duda Tarifa representa una sucursal del paraíso. Para los no tan amantes también es un paraíso, incluso deportivo, porque el espectáculo en algunas de las playas (como la de Punta Paloma, antes de llegar a la de Bolonia -la que dejamos atrás hace un rato- y también con una duna gigante) de cientos de velas de colores trazando surcos de espuma en el mar es inaudito. Al clásico windsurf (la tabla con la vela), se une desde hace años el kitesurf, una espectacular modalidad que sustituye la vela por una cometa que vuela alta y va sujeta al deportista por unas cuerdas -o cabos, seamos mínimamente marineros, aunque sea en el lenguaje- que se atan al arnés.La velocidad que alcanzan, la altura y duración de los saltos, el tremendo colorido, la parafernalia generada alrededor de ropa, alojamientos y bares, no nos dejará indiferentes. A lo mejor hasta tenemos que ayudar a algún deportista a sujetar su cometa que tratando de liarla quiere llevarle lejos.

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